Artículo en O Globo: «La filantropía no es una startup»

Artículo en O Globo: «La filantropía no es una startup»

El siguiente artículo, firmado por Patrícia Villela Marino, fue publicado originalmente en el diario O Globo el 15 de julio.

El anuncio del cierre de Primary School, idealizada por Mark Zuckerberg y Priscilla Chan, va mucho más allá del cierre de una institución educativa. Representa el colapso de un modelo que se autodenominaba filantrópico, pero que operaba, desde el inicio, bajo la lógica implacable de Silicon Valley: resultados rápidos, escalabilidad inmediata y baja tolerancia al error. Fundada con la promesa de ofrecer educación transformadora a niños de comunidades vulnerables de Palo Alto, la escuela se despide sin que ninguno de sus primeros alumnos se haya graduado.

El motivo es revelador: costos altos, caída en las donaciones y ausencia de retorno a corto plazo. No se trata de una decisión tomada con base en el impacto social o en el bienestar de las familias atendidas. Se trata de un cálculo. Una ecuación que, al dejar de cerrar, autoriza el abandono. Y justamente este es el punto: la filantropía verdadera no se basa en cálculos fríos, sino en un compromiso ético a largo plazo con la dignidad humana.

La filantropía es, por definición, amor por la humanidad. Como todo amor genuino, no es conveniente. Es persistente, resistente y profunda. Exige escucha, continuidad, responsabilidad hacia el otro. No se puede simplemente apagar la luz, cerrar las matrículas y desear suerte a las familias que dependían de esa escuela. Eso no es filantropía. Es el fracaso de un experimento que nunca fue diseñado para resistir el tiempo y la complejidad que toda transformación social exige.

Durante años, Zuckerberg y Chan fueron señalados como la pareja símbolo de la nueva filantropía estadounidense. Jóvenes, multimillonarios, bien formados, comprometidos con causas nobles y progresistas. Pero bastó que la marea política en Estados Unidos se volteara contra la agenda de diversidad, equidad e inclusión para que su iniciativa más emblemática en esa área fuera descontinuada. ¿Coincidencia? No parece. En lugar de resistir, como exige una actuación comprometida, eligieron redirigir sus recursos hacia áreas más «estratégicas», como inteligencia artificial y biomedicina. Conveniente. Rentable. Políticamente seguro.

Agréguese a esto el hecho de que, en Estados Unidos, la filantropía goza de incentivos fiscales bien definidos. Lo mismo no ocurre en Brasil, donde la inexistencia de política tributaria favorable obliga a nuestros filántropos —estos sí, comprometidos— a invertir en causas sociales por devoción, amor al prójimo y el espíritu de humildad de aquellos que sirven sin esperar retorno.

Lo que más me entristece en este episodio es percibir que, mientras el discurso de la innovación continúa encantando sectores enteros de la filantropía global, lo esencial se va perdiendo: el sentido de responsabilidad con los más frágiles. La educación no es un campo de pruebas. Los niños no son prototipos. Familias enteras no pueden ser tratadas como usuarios beta de una plataforma social a ser descontinuada.

Las iniciativas educativas necesitan tiempo. Arraigo en la comunidad. Escucha activa. Empatía. No hay transformación posible en una década, mucho menos cuando se exige que atienda las mismas métricas de éxito de una startup en busca de convertirse en unicornio.

La filantropía no es inversión de riesgo. Es inversión de fe —en las personas, en la educación, en la justicia social. Fe que no se tambalea con las oscilaciones del mercado, que no abandona cuando el retorno se demora, que no terceriza su misión a algoritmos.

Es necesario hacer un llamado al campo filantrópico, en especial a aquellos comprometidos con el cambio sistémico: no podemos medir resultados sociales con regla de inversionista ángel. Necesitamos métricas que consideren el tiempo humano, la complejidad social, el valor de la persistencia.

Sin eso, seguimos sustituyendo amor por capital, compromiso por conveniencia. En ese camino, las escuelas cierran. Las promesas se marchitan. Y quien más necesita, una vez más, se queda atrás.

Patrícia Villela Marino es presidenta del Instituto Humanitas360